miércoles, 6 de julio de 2011

NUESTROS MAYORES

CON relación a esta frase tan repetida, tan leída y tan escuchada: ”nuestros mayores”, quiero traer a colación un artículo recogido en el rotativo “EM entre mayores” nº 109 de Abril 2011 El Faro de Karracuca”, lo siguiente:
“Cuando decimos, cuando dicen “nuestros mayores”, ¿qué expresamos?, ¿qué encierra esta expresión?, ¿qué ideas se transmiten?, ¿afecto?, ¿respeto y admiración?, ¿o quizás algo más?
Con independencia de quién, cómo y cuándo se dice, no podemos obviar que, tras posibles nobles motivos, con esta forma de denominarnos estamos reforzando la necesidad de protección permanente de las personas mayores.
A esta idea van unidas, de forma inseparable, otras como falta de capacidad, el necesario tutelaje, la falta de rol adulto, es decir la infantilización.
Las personas mayores hemos de ser dueños de nosotros mismos. En el ámbito individual, como seres capaces de controlar y decidir sobre nuestras propias vidas, tanto en los asuntos cotidianos como en las decisiones trascendentales para nuestro futuro.
En el ámbito colectivo, las asociaciones de mayores o los grupos sociales han de opinar, manifestarse y actuar coherentemente en la defensa de la dignidad humana y sus derechos; apostando por ello desde una visión global, intergeneracional y solidaria sin estar secuestrados por el tutelaje de administraciones públicas o sectores empresariales que nos contentan invitando a actos con papeles secundarios, subvencionando festejos y comidas multitudinarias o pagando determinados viajes de placer. Y sin olvidar que ejercer derechos también supone asumir responsabilidades y que las personas mayores hemos de ser capaces de asumirlas. Porque a veces el tutelaje es un camino confortable que nos quita problemas de encima aunque en sí mismo lleve la falta de desarrollo y autonomía.  
Cuando nos nombran como “nuestros” es porque se sienten nuestros dueños.
Dueños desde el afecto, pero propietarios. Por eso es mejor que no lo digan. Por eso es mejor que no dejemos espacios de silencio o consentimiento  resignado que lo permitan. Que reservemos los afectos, muy necesarios apreciados por todos, para la relación personal y privada. Porque muchas veces las declaraciones emocionales hacia las personas mayores esconden carencias profesionales, de recursos y de reconocimiento de derechos y de falta de creencia  en nuestra capacidad de autodeterminación.
Que en los discursos públicos prevalezca la mención a los derechos y a las responsabilidades. A la dignidad, a la capacidad de autonomía.
Las personas mayores necesitamos, como el resto de los seres humanos, respeto, trato digno, y, en ocasiones, apoyos, con todo lo que ello conlleva.
Desde estas líneas se sugiere evitar la expresión “nuestros mayores”,  porque tiene sus efectos perversos y porque el lenguaje es también un instrumento que ayuda a cambiar el mundo.

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